La muerte del escritor portugués José Saramago produce sensaciones encontradas. De un lado, el pesar por su partida, y al mismo tiempo la alegría de contar con su obra para disfrutarla; quizá no con la intensidad de los lectores consumados, aunque sí con el interés y el detenimiento que merecen sus textos.
Premio Nobel de Literatura en el año 1998, destacó de él la Academia Sueca su capacidad para “volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía”. Fue por aquellos años cuando conocí de su ejercicio periodístico, por momentos desafortunado debido a presiones políticas, así como su inevitable incursión en la crítica literaria y, finalmente, la entrega de lleno como escritor. Por Armando Ariza Quintero
